¿por qué nos cuesta tanto sonreír?
¿por qué hemos abandonado el maravilloso estruendo de la risa?
¿vergüenza de sobresalir entre un silencio gris-asfalto?
cubrimos nuestra boca para no dejar escapar las alegrías
sin darnos cuenta de que esa sonrisa que secuestramos es el camino hacia la felicidad ajena
escondemos las manos por miedo a que nos delaten
mostrando esos sentimientos que guardamos junto a ellas en los bolsillos
nos "desodorantamos" para que los nervios no evidencien
que seguimos siendo humanos
hemos dejado de hacer el amor al compás de la música
para poner un fondo ruidoso al ridículo del sexo vacío
hemos dejado de hacer el amor al compás de la música...
[Emma no sabía bailar el vals. Todo el mundo valseaba, incluso la misma señorita d'Andervilliers y la marquesa; no quedaban más que los huéspedes del palacio, una docena de personas más o menos. Entretanto, uno de los valseadores, a quien llamaban familiarmente «vizconde», y cuyo chaleco muy abierto parecía ajustado al pecho, se acercó por segunda vez a invitar a Madame Bovary asegurándole que la llevaría y que saldría airosa. Empezaron despacio, después fueron más deprisa. Daban vueltas: todo giraba a su alrededor, las lámparas, los muebles, las maderas, el suelo, como un disco sobre su eje. Al pasar cerca de las puertas, los bajos del vestido de Emma se pegaban al pantalón del vizconde; sus piernas se entrecruzaban; él inclinaba su mirada hacia ella, ella levantaba la suya hacia él; una especie de mareo se apoderó de ella, se quedó parada. Volvieron a empezar; y, con un movimiento más rápido, el vizconde, arrastrándola, desapareció con ella hasta el fondo de la galería, donde Emma, jadeante, estuvo a punto de caerse, y un instante apoyó la cabeza sobre el pecho del vizconde, y después, sin dejar de dar vueltas, pero más despacio, él la volvió a acompañar a su sitio; ella se apoyó en la pared y se tapó los ojos con la mano.]
Gustave Flaubert
Madame Bovary
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