Ocho palabras que arrasaron como un huracán pronunciadas por el mejor profesor de filosofía con el que he compartido aula y absenta, ocho palabras que se me grabaron en el alma con martillo y cincel.
Mentiría si dijera que en el momento no les di vueltas... Reflexioné sobre su significado y su correspondencia con la única realidad que conocía aquella aspirante a filóloga de diecinueve inviernos. Comprendí la idea, pero era demasiado joven como para siquiera asomarme al fondo.
Han tenido que pasar casi diez años para que ese regalo filosófico se me haya revelado con claridad. No te necesito y por eso te quiero. Podría vivir 80 ó 90 años (siendo optimistas) sin tener a nadie a mi lado y seguiría respirando; aunque puedo vivir sin ti, aunque no te necesito para sentirme completa ni seguir caminando, aunque tu presencia no es indispensable para mi existencia, no quiero hacerlo. Elijo que estés. Y por eso te quiero. Precisamente porque te he escogido sin tener necesidad de ti, te he antepuesto a mi soledad y a otras soledades distintas. No te necesito y por eso te quiero.
Pudiendo vivir sin ti, he elegido no hacerlo.