el chico de la copistería de mi barrio –que tiene nombre, seguro, alguno ha de tener aunque yo no lo sé– es sin quererlo la persona que más sabe de mi día a día barcelonés, de mis inquietudes y deberes. de mis anhelos...
al llegar, me vio imprimir fotos de mis amigos, de mi familia, de una tierra que abandonaba en busca de una vida mejor y a la que quería contemplar en un trozo de papel cada mañana. me dio copias de noches maravillosas, de días lejanos y miradas ya apagadas. de los ojos de mis padres...
al poco, las imágenes se transformaron en letras. en muchas letras de un máster que suponía la excusa perfecta para mi exilio y que tan pronto como llegó, se esfumó en la niebla dejando tras de sí montañas de apuntes que nunca volveré a leer –si es que con algunos llegué a hacerlo alguna vez–.
también llegaron los billetes de tren y con ellos la alegría de visitar todo aquello que dejé atrás y ese chico –que tiene nombre, seguro, alguno ha de tener aunque yo no lo sé– siempre me desea buen viaje. "lo será" respondo yo. "lo será".
tras el máster llegó la "etapa currículum" en la que todavía me encuentro y de la que no sé si saldré algún día. copias y copias y copias de papel que nadie leerá y que acabará en un cajón con otros mil camaradas o, en el mejor de los casos, en el contenedor de reciclaje. este chico me ha visto hacer 20 impresiones al principio, 5 después... dos... si me llegan los céntimos. ha visto mi rabia y mi impotencia en primer plano, ha sido testigo del infierno del desempleado...
pero hoy... hoy me ha visto imprimir algo completamente diferente. entre el puñado de archivos que llevaba a revelar había una foto. no una foto de currículum ni de fiesta ni de grupo. una foto que mostraba una sonrisa, una sonrisa pura, limpia, una sonrisa espejo de la mía, la sonrisa que da pedales al monociclo de mi vida.
y ese chico –que tiene nombre, seguro, alguno ha de tener aunque yo no lo sé– se ha dado cuenta y al darme la copia ha sonreído también.
Bonico.
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