el tiempo. eso que
tan medido tenemos, que tan claro y exacto nos
parece, que encerramos en relojes de arena y esferas de cristal es uno de los aspectos más relativos que podemos experimentar en esta
vida.
últimamente es
un tema que me obsesiona. quizá sea por la reciente lectura de la montaña mágica –la obra maestra de thomas mann– que me ha impactado enormemente
tanto por las amplias reflexiones que ofrece sobre este tema como por el
tiempo presentado a través de las sensaciones de hans castorp en el
sanatorio. para él, antes de su ascenso a berghof el tiempo transcurría como
suele ser normal "en el mundo de allá abajo", pero al poner un pie en
el sanatorio comienza la "aclimatación", qué básicamente consiste en
olvidar el paso de los días y abandonarse a una rutina estricta e inamovible.
los médicos actúan como agentes que prorrogan a su antojo la estancia de los
internos, de modo que ninguno cree encontrarse lo suficientemente preparado
para volver "allá abajo" y prefiere continuar con su tratamiento
durante tres o seis meses más. (y otros seis, y otros seis...). la única
referencia temporal para ellos sería la llegada de las estaciones,
que les permite situarse en el año en un transcurrir de los días monótono y
sedentario, basado en sus curas de reposo y el horario de comidas hasta una curación que nunca llega.
nada más, sin
relojes ni calendarios. sin minutos ni semanas.
sin tiempo.
"pues también hacía tiempo que hans castorp no llevaba reloj. ya no le funcionaba: un día se le había caído de la mesilla de noche, se había parado y él no se había molestado en arreglarlo.... por los mismos motivos por los cuales también había decidido prescindir de los calendarios (...) en aras de la libertad, del paseo por la playa, de la eternidad congelada, de aquella magia hermética a la que el joven, perdido para el mundo, se había mostrado susceptible".
por otra parte,
tras la lectura de cinco horas
con mario, he podido apreciar
una medición del tiempo mucho más concreta y trepidante a través del
monólogo-reprimenda de carmen hacia el cadáver de su marido mario (que en la
gloria descanse al fin sin tener que aguantar a semejante petarda). se trata de
una sucesión repetitiva y martilleante de palabras que no cesan hasta que su
hijo entra en la habitación y la interrumpe.
entonces, el
tiempo cambia. parece como si se detuviera por un momento para devolvernos a la
realidad tras una pesadilla o una siesta demasiado larga. cinco horas… y un
suspiro.
en otro sentido,
y saltando hasta el ámbito teatral, vemos que no es tan fácil determinar el tiempo.
al menos no tanto como en una novela… en teatro existen multitud de tiempos
diferentes: el tiempo de lectura de una obra, esa misma obra siendo
representada, el tiempo percibido por el público durante el espectáculo, el
tiempo fuera del recinto e incluso el tiempo en escena. sobre la relatividad del tiempo en la vida diaria ya escribí algo recientemente, pero ese transcurrir al fin y al cabo nos es familiar a todos. quizá el tiempo en escena sea el más desconocido para el mundo externo al teatro, para la gente que vive sin subirse a unas tablas y desconoce por tanto la profesión.
el tiempo en
escena no entiende de relojes ni péndulos. entiende de entradas y salidas, de
respiraciones agitadas y réplicas tardías. el tiempo en escena puede ser
eterno, detenerse o no existir en absoluto... no se cuenta por segundos, sino
por latidos o no-latidos.
por suspiros.
un actor que esté representando waiting for godot es capaz de sentir realmente la ansiedad y el fastidio de la espera, pero también puede estar disfrutando como nunca y percibir que todo pasa en un abrir y cerrar de ojos. ese mismo actor en esa misma representación ese mismo día puede experimentar una trampa temporal en un momento en que su compañero tarde demasiado en darle la réplica o durante el aparatoso sonido de un teléfono móvil en tercera fila o tras un traspiés. quizá pueda incluso sentir su corazón bombeando cual metrónomo al notar que un objeto que creía tener localizado no se encuentra en su lugar y que debe tirar de improvisación. y qué momentos más eternos... para el espectador no habrán sido más de 3 ó 4 segundos, pero para el actor pueden significar horas, o incluso envejecer un par de años.
"VLADIMIR: Time has stopped".
al contrario, en un discurso de diez minutos (o de más de dos horas) puede encontrarse tan a gusto que el tiempo –su tiempo– pase volando, mientras aburre mortalmente al espectador que no piensa más que en la cena posterior a la representación.
el actor es una marioneta más del tiempo, a su dominio se expone e intenta manejar los hilos en la medida de lo posible en aras de una armonía que domine su actuación, sus sentimientos y su latido o no-latido.
puede que godot venga, después de todo. quizá no mañana, quizá no en el próximo suspiro. pero vendrá, y detendrá el tiempo.
"VLADIMIR: That passed the time.ESTRAGON: It would have passed in any case.VLADIMIR: Yes, but not so rapidly.Pause.ESTRAGON: What do we do now?VLADIMIR: I don't know.ESTRAGON: Let's go.VLADIMIR: We can't.ESTRAGON: Why not?VLADIMIR: We're waiting for Godot.ESTRAGON: (despairingly). Ah!"
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